Gestionar las emociones
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Explosión emocional en las aulas
Por Rodrigo Santodomingo
Desde hace más de una década, los programas
sobre Educación emocional se extienden como la pólvora por los colegios
de medio mundo. Todo empezó con la popularización del concepto
“inteligencia emocional” a mediados de los años 90. España no ha quedado
al margen de una tendencia al alza que aspira a que los alumnos
aprendan a manejar sus emociones, consolidar una sólida autoestima y
relacionarse con su entorno correctamente.
Conocerse a sí mismo. Quererse en plenitud,
equilibrar virtudes y defectos, integrar armónicamente las habilidades y
carencias con las que todos transitamos por la vida. Saber domesticar
nuestras emociones, entender de dónde vienen, cuándo y por qué aparecen y
se van, comprenderlas para que no nos abrumen. Poner, a fin de cuentas,
algo de orden en ese revoltijo psicoemocional que, en mayor o menor
medida, resulta inherente al ser humano
En los últimos tiempos, el aprendizaje de aquellos recursos normalmente agrupados bajo el paraguas “inteligencia emocional” se ha ido colando lentamente por las rendijas del currículum y los horarios escolares. Hablamos de un fenómeno que arrancó en EEUU y que ha crecido de forma casi paralela a la popularización del término acuñado en 1995 por Daniel Goleman en su obra homónima. Sólo un año más tarde, en 1996, la Universidad de Columbia ya había fundado un Centro para la Educación Emocional y Social como parte de su Facultad de Magisterio. Y desde entonces, padres y profesores se han ido acostumbrando a oír hablar –cada vez con mayor frecuencia– sobre la necesidad de atender la dimensión emocional del alumnado.
En los últimos tiempos, el aprendizaje de aquellos recursos normalmente agrupados bajo el paraguas “inteligencia emocional” se ha ido colando lentamente por las rendijas del currículum y los horarios escolares. Hablamos de un fenómeno que arrancó en EEUU y que ha crecido de forma casi paralela a la popularización del término acuñado en 1995 por Daniel Goleman en su obra homónima. Sólo un año más tarde, en 1996, la Universidad de Columbia ya había fundado un Centro para la Educación Emocional y Social como parte de su Facultad de Magisterio. Y desde entonces, padres y profesores se han ido acostumbrando a oír hablar –cada vez con mayor frecuencia– sobre la necesidad de atender la dimensión emocional del alumnado.
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